jueves, 20 de enero de 2011

Melancolía de la resistencia, de László Krasznahorkai


Una ciudad anónima de Hungría sumida bajo toneladas de basura, con hordas de gatos patrullando cada vez con menos temor a los transeúntes en las calles nocturnas. Un invierno gélido, cortante, aunque sin nieve. Un circo cuya mayor atracción es el gigantesco cadáver de una ballena y un minúsculo y diabólico engendro con poderes magnéticos, el cual será capaz de instigar a una violencia inexplicable, acaso cíclica, a través de la consigna “haced de las ruinas un todo”… Es el preámbulo de una noche de salvaje violencia y destrucción por parte de nutridos grupos de facinerosos, quienes, sin saberlo, servirán para la instauración de un nuevo orden que no podrá sino cometer los mismos errores del pasado. La novela está narrada a partir de las andanzas de cuatro personajes principales (la señora Pflaum, la señora Eszter, Valuska y el señor Eszter), de los que sabremos su pasado, presente y un atisbo de su futuro, siguiendo las acciones que van realizando.

Señora Pflaum. Madre de Valuska, pequeñita y pechugona, sumamente burguesa, dulzona, adicta a las comodidades y un tanto ridícula. Llega a la ciudad tras un viaje en tren lleno de malentendidos, incluido el acoso sexual de un viejo errante que, más tarde, en medio del salvajismo y la confusión, se cobrará con lujo de violencia el involuntario desprecio de la señora Pflaum. Ha enviudado dos veces y su único hijo, Valuska, le suministra incesantes dolores de cabeza debido a que lo cree un retrasado mental y un borrachín irremediable, tal como a su difunto esposo. La noche de la revuelta intentará arrancarlo de la turba enloquecida, con lo que labrará su propia perdición.

Señora Eszter. Gigantesca, enérgica y viril. Es una dirigente menor de la ciudad que ama intensamente la racionalidad de los “nuevos tiempos”, por lo que detesta los blanduzcos vicios de la burguesía. Es la esposa del señor Eszter, respetado músico e intelectual. Cuando su esposo la corre de casa, harto de su incurable vulgaridad, ella se va a vivir a un cuartucho miserable en el que recibe cada tanto a su amante, el alcohólico y pequeñín jefe de policía. Durante los inviernos se siente como pez en el agua, pero en los veranos sufre terriblemente los bochornos. No soporta que se le contradiga y está acostumbrada a imponer su voluntad a los demás. La noche de la revuelta calcula maquiavélicamente los desastres que se producirán y decide intervenir en el momento justo, con lo que consigue convertirse en la principal cabeza de la ciudad.

Valuska. De unos treinta y cinco años, es hijo de la señora Pflaum, quien no quiere saber nada de él debido a que parece sufrir un retraso mental. Pero es simplemente un enamorado de la bóveda celeste, del milagro de la vida planetaria, de los cielos casi siempre ocultos tras un grueso biombo de nubes. Posee una ingenuidad proverbial y sobrevive apenas repartiendo diarios, aunque también agota sus noches en la taberna de Pfeffer, donde divierte a los parroquianos con su relato, siempre el mismo, acerca de la perfección de las esferas celestes. Es el único amigo y paciente escucha del señor Eszter. La noche de la revuelta, al tratar de proteger la casa del señor Eszter, ubicada en la avenida Wenckheim, se verá arrastrado entre los facinerosos, quienes le arrancarán para siempre la inocencia y el habla a través de la minuciosa violencia que desatan entre los indefensos. Es el único que sospecha la destrucción que sobrevendrá en la ciudad al escuchar por azar los gorjeos del diabólico engendro, conocido también como El Duque.

Señor Eszter. Pese a ser un respetado intelectual en la ciudad, él se siente hastiado de su antiguo amor por la música, de la sociedad, y por supuesto de su esposa, la señora Eszter, “que le recordaba sobre todo a los implacables mercenarios de la Edad Media”. Un día decide correrla de su casa y él se entrega a un retiro voluntario, lleno de abulia e inmovilidad, y al único que permitirá visitarlo es a Valuska, a quien considera un ser angelical, en el sentido bíblico del término, aunque también tolerará que la señora Harrer irrumpa en su casa para limpiarla de vez en cuando. El día previo a la revuelta, sale de su casa con Valuska, después de mucho tiempo de encierro, para cumplir una tarea que maliciosamente le encarga su aún esposa. Así concibe una nueva vida con Valuska, a quien desea adoptar en su propia casa tras comprender finalmente su valía. Sin embargo, con el estallido de la revuelta, sólo tiene mente para pensar en Valuska, que desaparece sin casi dejar rastro. Su vida dará un giro de ciento ochenta grados después de ello.

En un principio Melancolía de la resistencia (Az ellenállás melankoliája, 1989), del escritor húngaro László Krasznahorkai, me pareció un reto de dimensiones por lo menos considerables. La cantidad de páginas por capítulo (entre cuarenta y cincuenta), y la extraña peculiaridad de que dichos capítulos carecen de pausas para “tomar aire”, reforzaban esa sensación. Sin embargo, la fluida prosa de Krasznahorkai, más semejante a un torrente de pensamiento que a una narración descriptiva, amén de la cuidadísima traducción de Adan Kovacsics (en la edición de Acantilado), volvieron la experiencia algo sumamente entrañable. Incluso me atrevo a decir que la escasez de pausas me obligaron a entregarme por completo a cada capítulo, de principio a fin, con lo que de un momento a otro me vi finalizando el libro, casi sin darme cuenta. El humor negro, que tanto ponderan algunos, más que un protagonista es una especie de vibración que atraviesa toda la novela, enfocada más, a mi parecer, en mostrar un ambiente opresor y oscuro del que es inútil escapar, so pena de caer en la trampa de una muerte absurda o al menos de una desgracia cíclica. Una excelente manera de entrar al mundo de László Krasznahorkai.