sábado, 22 de octubre de 2011

La cuarentena, de J. M. G. Le Clézio


1872. En una taberna parisiense, de pronto irrumpe un joven de rasgos aniñados, con mirada turbia. Es alto, muy delgado, y amenaza a todos arrojando un fuego frío de sus ojos. No tarda en comenzar una gresca con los meseros que intentan echarlo del lugar, hasta que un hombre conocido como Verlaine, más bien bajo de estatura, ligeramente calvo y de discreta elegancia, se lo lleva consigo. En la taberna estaba Jacques, un chico de 8 años que presencia la escena y que además le resultará inolvidable, en particular porque la mirada del joven en algún momento recayó sobre él.

Casi veinte años más tarde, ese chico es un médico que se dirige junto a Suzanne, su esposa, y Léon, su hermano menor, hacia su ciudad natal, en la isla Mauricio, a más de 900 kilómetros al oriente de Madagascar. Sin embargo, harán una escala en Zanzíbar, en donde casualmente vuelven a ver al joven de la taberna, y que ahora es un hombre maduro atrapado en un laberinto de dolor y delirios gracias a una herida en su pierna, la cual ha degenerado en gangrena. El hombre postrado, odiará desamparadamente a todo el mundo, quizás a sabiendas de que nunca saldrá de ese sitio. Jacques y Léon saben que esos serán sus últimos momentos de vida, aunque no sospechan que a los pocos días habrá un enigmático paralelismo en sus destinos y el de Rimbaud.

El viaje continuará en el barco rumbo a su destino, si bien antes deberán atracar en la isla Plate, desde donde se alcanzan a ver las luces de Mauricio, pues se ha descubierto un brote de cólera en el barco y deberán permanecer allí por tiempo indefinido. Los días se harán sumamente largos de tanto mirar el horizonte, a la espera de que llegue algún barco desde Mauricio que los rescate. Y entonces muchos se sentirán olvidados. Cosa que en efecto sucede después de un intento fallido por rescatar a los europeos que iban en el barco, con lo que se generará un estallido de violencia entre los inmigrantes que adivinaron que serían abandonados a su suerte en la isla.

De esa forma, los europeos y los de las altas castas mauricianas, empezarán a crear un ambiente de desconfianza en medio del temor por la carencia de víveres y los casos de contagio de siniestras fiebres entre muchos de los abandonados, como el insigne botánico John Metcalfe, quien será llevado a Gabriel, un peñón constantemente azotado por los vientos del océano Índico y muy cercano a Plate, en donde le aguardará su propia muerte al final de las fiebres de la enfermedad.

Y en medio del temor y la desesperanza, surgirá el amor entre Léon y Suryavati, chica de origen indio que reside entre la otra parte de la isla, en la zona de asentamiento de los inmigrantes de bajos recursos y que deslumbra a Léon por su exótica belleza (ojos amarillos, piel morena, un clavito dorado en una de las aletas de la nariz, un punto rojo entre las cejas) y por esa gracia que ostenta hasta en los movimientos más ínfimos. Allí saldrán a relucir también los añejos desencuentros con el patriarca, uno de los hombres que rigen los destinos de Mauricio y que, para bien y para mal, es el tronco de la familia Archambau, a la que Jacques y Léon pertenecen.

El tiempo seguirá ofreciéndoles cada vez más infectados y menos esperanzas de rescate, hasta que al fin llega la temporada de cosechas en Mauricio, con lo que harán falta “manos” que trabajen en las tierras. Así, un día se verá en la lejanía un barco que recogerá a la gente que haya sobrevivido a las inhóspitas condiciones de Plate. Sin embargo, Léon, gracias al amor de Suryavati, buscará una redención personal que nada tendrá que ver con el corrompido mundo del patriarca, con su familia, con Mauricio ni tampoco con su propio pasado.

En La cuarentena (La quarantaine, 1995), Jean-Marie Gustave Le Clézio explora no sólo una situación límite en cuanto al contexto dramático de los personajes, sino que también lo hace en cuanto a la forma de la novela, ya que las historias se van desplegando una de otra sin un orden aparente, aunque con perfecta coordinación: la historia de Rimbaud y Verlaine, vista por el crío Jacques, su posterior encuentro con un moribundo Rimbaud en Zanzíbar, el viaje hacia Mauricio, caracterizado por la cuasi eterna espera en Plate, en donde además veremos la historia de la madre de Zuryavati, bañada en sangre y violencia, a través de los ojos de Léon, hasta la casi contemporánea búsqueda de un hombre que va tras las huellas de su antepasado Léon Archambau, quien misteriosamente desapareció de todos los álbumes y anécdotas familiares. El lenguaje está depurado hasta que se vuelve casi etéreo, con imágenes inolvidables y poesía entreverada con la anécdota. Y quizás el único punto débil de la novela, a mi juicio, es la intensa carga de dramatismo, que los pocos instantes de humor más bien enclenque que se permite Le Clézio, no son capaces de mitigar.

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